LA TOMA DE CACERES, POR JUAN LUIS CORDERO

«La toma de Cáceres» fue el poema con el que el cacereño Juan Luis Cordero obtuvo el Premio de los Juegos Florales de Badajoz el año 1911. Una bella composición, de un magistral poeta y escritor, que pasa revista a la leyenda de la conquista de la historia de Cáceres. Aquel cacereño que comenzó de aperador de carros y que llegó a ser un ilustre y prestigioso escritor y de muy amplia cultura. 

 

juanluiscordero,1911
Juan Luis Cordero, en la portada del periódico «El Bloque», de Cáceres, del 10 de octubre de 1911.

Juan Luis Cordero (1982-1953), fue, además, aprendiz de carpintero, peón caminero y secretario de Ayuntamiento, demostró, desde siempre, su inmenso afán por el estudio y la cultura, en cuyos afanes se esmeró al máximo, tal como queda constancia en el transcurso de su vida.

En este sentido es de señalar como escribe: «He construido arados en los tinados anchurosos, he volteado estiércol en las penumbras del establo, he abatido a brazo el trono añoso de la encina extremeña«.

Alcanzó a ser fundador y coparticipar en la fundación de más de una decena de periódicos, dirigió el semanario «El Bloque«, colaboró en diversos diarios, militó en las filas socialistas y defendió las tesis del regionalismo extremeño, llegando a liderar la candidatura de las elecciones generales en el año 1933.

Su firma queda, para la historia, en periódicos como «El Noticiero Extremeño«, «Brisas Nuevas«, que fundara el mismo, «Extremadura Literaria«, que creara junto al escritor y militar Federico Reaño, «El Adarve«, «La Carretera«, que también pusiera en marcha como fruto de su constancia, «Miau«, y otros varios.

En su obra poética destacan libros como «Varias poesías«, con el que dio su primer paso en firme, «Mi Torre de Babel«, «Eróticas«, «Vida y ensueño«, «Mi patria y mi dama«, «La tragedia de un héroe«, «Devocionario de amor«, «Hojas del árbol caídas«… Y novelas como «Almas«, «La Molinera«, «Clara Luna» o «Cosas de la Vida«. Y, también ensayos como «Regionalimo. Problemas de la provincia de Cáceres«.

Por mérito y derecho propio ocupa un lugar de notorio relieve en las letras extremeñas de la primera mitad, sobre todo, claro es, del pasado siglo.

Se alzó con numerosos premios poéticos y literarios como la Flor Natural de Cuenca con «La voz ignorada«, de Ronda con la poesía «Mensaje«, de los Juegos Florales de Cáceres en el año 1946…

Y de su obra un escritor y poeta de la talla de Fernando Bravo y Bravo subraya en la necrológica tras el fallecimiento de Juan Luis Cordero: «Siento que la obra de Juan Luis es carne doliente y espíritu en llamas, con todos los defectos que se quieran o puedan señalar, pero también con todos los innegables, espléndidos aciertos que es de justicia elogiar«.

También Fernando Bravo, amigo íntimo de Juan Luis Cordero, escribe en la misma necrológica que conoce «y bien la tremenda vocación literaria de Juan Luis: tremenda por lo irreprimiblemente  fuerte y tremenda por lo duramente fatigosa, eso, nada menos, implica el haber sabido elevarse de simple aperador de carros, desvalido de asistencias, a vate laureado  en certámenes y agasajado por los públicos«.

Juan Luis Cordero, escritor vocacional y firme, recio y sencillo, fertil y prohumano, cercano, es de uno de sus hombres comprometidos con la tierra que le viera nacer, que sentía devoción por la gente humilde, enamorado del paisaje extremeñoque presta su apellido al callejero cacereño y que, entre su amplia producción literaria, nos dejé el poema «La toma de Cáceres» que hoy incorporo a la sección ANTOLOGÍA SOBRE CÁCERES, de este Blog,

LA TOMA DE CACERES

(El asunto de esta leyenda está tomado de la tradición acerca de la historia de Cáceres)

I

   Mucho la adora su padre

que es moro de estirpe regia,

caid de Castra Caecilia

y de las villas fronteras;

mucho en su cuido se afanan

sus servidores y dueñas

y no hay mancha de nota

que no suspire por ella;

tiene para su regalo

las más costosas preseas

y en su honor se corren cañas

y en su honor se fraguan fiestas.

   No es mucho que por su gozo

todos así se entretengan,

que si su linaje es alto

soberana es su belleza.

   Es su talle esbelto y grácil

como ondulante palmera

y son muy negros sus ojos,

y son muy negras sus trenzas,

donoso marco en que encaja

su carita de azucena

y su boca que parece

herida recien abierta.

   Es una hurí por lo hermosa

y es un ángel por lo ingenua,

encanto de los donceles,

dechado de las doncellas.

   Pero es sabido que a veces

las galas y las preseas

no dan el gusto y el regalo

que apetece el que las lleva,

y algo de esto le ocurría

a la mahometana bella,

que no alcanzaba el motivo

de la lánguida tristeza

que la atraía agitada,

absorta, insomne y suspensa.

   Fragante rosa en capullo,

virgen muy casta y honesta,

a nadie osaba decir

su malestar y su pena

que al ser ignota la causa

podría envolver afrenta.

   En busca de esparcimiento

iba a los jardines ella

y pasaba largas horas

en las torres más enhiestas,

fijando en las lontananzas

su triste mirada incierta

como si –ilusa– pensara

que de ellas, llegar pudiera

la paz que miró perdida,

la dicha que nunca llega.

   Fiebra de amor aquejaba

el alma de la doncella

y la inquietud del amor

se parece a la tristeza.

   ¡Oh, la encantadora hurí,

flor de quince primaveras,

mira en quién pones los ojos

porque amor trastorna y ciega!.

II

   Un día al ingente alcázar

llegó un torvo mensajero:

Por las tierras del caid

se entraba Alfonso el noveno,

cuasi huracán que derriba

cuanto se pone a su encuentro.

   Triunfante llega el leonés

al frente de sus guerreros,

luego de humillar castillos

y arrasar preciados feudos.

   Y cuentan muy viejas crónicas,

que sembraron desconcierto

en el alma del caid

las nuevas del mensajero,

más no así en la de su hija

que mal alguno vio en ello.

   A su mirador más alto

subió la mora de intento

por escudriñar el llano

que aún se mostraba desierto.

   Una mañana sus ojos

en el horizonte vieron

espesa nube de polvo

que iba avanzando y creciendo;

se oyó gritar de bocinas,

de atambores el golpeo,

loco galopar de brutos

y un vocear descompuesto;

y a los fulgores del sol,

que iba en Oriente surgiendo,

fueron adquiriendo forma

los escuadrones soberbios

en rebrillar fulgurante

de corazas y de petos,

flamear de banderolas,

de penachos y trofeos.

   Mucho se holgó la agarena

al ver los nobles guerreros

así que al pie de los muros

plantaron su campamento;

y diz la arcaica leyenda

que al mirarlos tan apuestos

en vez de encontrar temor

halló gran divertimiento.

III

   Estando un día la mora

abstraída en su atalaya,

vio en la cercana colina

que hay enfrente del alcázar

un muy gallardo guerrero

que insistente la miraba.

   Era un doncel arrogante

armado de todas armas

sobre un fogoso corcel

de piel negra y fina estampa;

y aunque tímida y confusa,

no dejó de deleitarla

la guapeza de aquel porte

y el brío de aquellas armas.

   Siguió viéndole a diario

hasta quedar fascinada

y en tan bizarra figura

prenden la vida y el alma.

   También el noble leonés

herido de amor estaba

y en las treguas del asedio

constantemente se halla

en la cercana colina

que hay enfrente del alcázar.

   Amor tendió un hilo mago

para unir aquellas almas

y se amaron, a despecho

del tiempo y de la distancia.

   Y una tarde, un pergamino,

de un agudo dardo en alas,

cayó a los pies de la bella,

mensajero de las ansias

del arrogante doncel

que su hambre de amor se inflama.

   Y una que vino radiante

noche azul de luna clara,

salió la mora al jardín

buscando a sus males calma

y un nuevo pliego cayó,

en fina flecha, a sus plantas.

   Desapareció la mora

en las frondas encantadas

y en tanto el noble doncel,

fijo en aquellas murallas,

de nuevo esperó impaciente

la aparición de su amada.

   Pero de pronto, no lejos

del lugar donde él estaba

se oyó ruido de boscaje

y un leve pisar, las ramas

se abrieron, y al separarse

apareció la más blanca

y radiante aparición

que cabe en cuento de hadas.

   Allí estaba la doncella

en busca del que idolatra.

   Era, que una galería

oculta, desde el alcázar

hasta las huertas conduce

que hay al pie de las murallas.

IV

   Mucho tiempo dura el cerco

sin que ninguno desmaye,

que son bravos los leoneses,

que son los moros leales

y es dudosa la victoria

cuando es reñido el combate.

   El leonés y la doncella

siguen sin trabas amándose,

que hasta el jardín del alcázar

por escondidos lugares

llega de noche el doncel

do está su amada esperándole

y ajenos a toda cosa

ven transcurrir los instantes,

entre muy dulces coloquios

y caricias inefables.

   En cierta noche,a la cita

acudió el cristiano, grave;

y en parecidas razones

dialogaron los amantes:

— ¿Qué le pasa a mi guerrero?

¿cómo austero

viene a su agarena fiel

¿Por qué mira severo

mi doncel?

— No es desvío, mi agarena,

una pena

traspasa mi corazón;

¡tengo un pesar que me llena

de aflicción!

— ¡Oh, mi dueño bien amado!

¿he causado

por desdicha, tal pesar

Esa pena. ¿no me es dado

desterrar?

— Han causado mis dolores

tus amores,

oh, mi agarena gentil.

Tornar puedes mis alcores

en pensil.

— ¿En qué te ofendió tu mora,

que te adora?

¿Cómo alegrarte podría?

¡Hasta la vida, en buena hora

te daría!

— No es tu vida lo que quiero,

mi lucero,

que solo anhelo tu bien;

lograr las llaves espero

de tu edén.

Quiero sin trabas arteras

ni barreras,

llegar a tu oculto lar,

por quererte y que me quieras,

sin dudar…

— ¿Qué me pides, mi cristiano?

inhumano,

¿quieres que falte a mi ley?

¿quieres que ponga en tu mano

a mi grey?

— ¡Agarena!

¡tu negra duda envenena

la hidalguía de mi amor!

tu agravio colma mi pena

al calcularme traidor.

— Sangre de nobles leales

a raudales

en mis venas siento arder,

y no saben mis iguales

sus designios esconder.

— Adiós, para siempre; no quiero

amar a quien, inconstante,

duda de mi fe de amante

y mi honor de caballero!

   Y al decir estas razones

hizo ademán de marcharse

el cristiano, más la mora,

vertiendo llanto a raudales,

por no perder su cariño

puso en sus manos las llaves.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Mora bella, mora bella,

la de rizos de azabache,

la de talla de palmera,

la de carita de ángel;

mira que labras la ruina

de tu pueblo y de tu padre.

V

   Luctuoso despertar

fue el despertar de la plaza.

Pérfidas y viles fueron

del cristiano las palabras.

   Por la oculta galería

entró la hueste cristiana,

degollando a los leales

servidores del alcázar

y clavando sus banderas

sobre las torres más altas.

   Y cuenta la tradición

que la bella mahometana,

no tuvo un solo reproche

para el que así la burlara.

   Pero el caid iracundo,

al saber que la causa

del grave mal que le agobia

el bien que tanto idolatra,

así dijo: «Maldición

sobre tí, mujer liviana,

a quien engendré en mal hora

para oprobio de mi raza!

   ¡Alah permita que vagues

en torno a estas murallas,

hasta que la media luna

brille otra vez en mi alcázar,

hasta que caigan las cruces

que hoy mis estados profanan

y vencedores y altivas

fulguren las cimitarras

que hoy se abaten por tu culpa

al peso de una sechanza.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Y es fama que desde entonces,

en las noches solitarias,

sobre las frondoas huertas

pulula una forma blanca.

   es el alma de la mora

que, triste y dolida, vaga

hasta que a Castra Caecilia

recobren las cimitarras.

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